En medio de la crisis hídrica que vivimos, ocasionada por la más prolongada y severa disminución de lluvias y nieves de la que tengamos datos en el país, hay un tema que nos sorprende mucho como dirigentes relacionados al agua, y es la total ausencia en la discusión de la construcción de nuevos embalses como una herramienta importante que puede ayudar frente a este tipo de situaciones.
Al respecto, queremos mencionar dos ejemplos clarísimos del aporte invaluable que cumplen estas obras para las comunidades locales.
Las regiones de Atacama y Coquimbo son unas de las más afectadas por la falta de precipitaciones de los últimos 15 años, y así lo hemos experimentado en las provincias de Huasco y Elqui. Favorablemente, ambas cuentan con embalses que fueron terminados en la década de los 90, Santa Juana en Huasco y Puclaro en Elqui. Estos dos embalses se construyeron pensando en un llenado interanual, es decir, cada 2 o 3 años bajo la hidrología disponible a esa fecha. Su objetivo era regular y estabilizar la disponibilidad de agua para la totalidad de las hectáreas de uso agrícola de ambos valles e incluso aportar al agua potable de uso urbano.
Pues bien, luego de la sequía que vivió la región de Coquimbo entre 2008 y 2014, las fuertes lluvias de 2015 que provocaron aluviones con importantes perjuicios para las ciudades y poblados, también permitieron el llenado del embalse a su máxima capacidad, colaborando también esta obra en disminuir la fuerza dañina del torrente. En ese momento, la junta de vigilancia del río Elqui, sobre quien recae la responsabilidad de administrar los 200 millones de metros cúbicos de su embalse, tomó una decisión difícil pero acertada. Su objetivo fue gestionar el agua preparándose para otra sequía prolongada. Con una visión de administración volumétrica, y no de caudal como es lo habitual, lograron pasar 6 temporadas de riego en que tuvieron los inviernos más secos de los que hay registro.
El caso de la provincia de Huasco es similar. El embalse Santa Juana, de 160 millones de metros cúbicos, llegó a estar casi seco en algunos períodos, sin embargo, en 2017 llovió tanto que incluso se podría haber llenado 4 veces el embalse. Ante este escenario, la junta de vigilancia puso como meta administrar el agua para que durara por 10 temporadas. Vamos en 7 y el resultado ha sido positivo.
Estos dos casos son claros ejemplos de lo que se puede hacer cuando se combina infraestructura y gestión eficiente. Ante un pronóstico científico que indica que la disminución de precipitaciones seguirá profundizándose, pero que cada tanto nos sorprende con episodios de intensas lluvias, no parece prudente eliminar ningún tipo de herramientas, sino adaptarlas y pensarlas bajo la nueva realidad climática y con nuevas formas de gestión.
Quienes administramos los embalses Puclaro y Santa Juana hemos sufrido los cambios de los últimos años en la hidrología, y hemos realizado esfuerzos por complementarla con mejoras de canales y con compuertas telemétricas. En lugar de llevarnos a pensar que nuestra infraestructura quedó obsoleta, nos han hecho valorarla aún más y no podemos imaginar lo que serían las provincias de Elqui y Huasco sin estas magníficas obras.
Los embalses no son obras del pasado, sino del futuro. Administrados adecuadamente son una excelente solución de largo plazo para el nuevo y cambiante régimen de precipitaciones. Ahora que tenemos ciudades con más habitantes y mayores demandas de agua en todas las cuencas, es fundamental que nuestras autoridades nacionales y regionales se empeñen en recuperar el ritmo de construcción de embalses que tuvimos hace 3 décadas, y vean en esta política pública un elemento clave en el desarrollo de las regiones. Los embalses no pueden seguir ausentes como herramienta de solución a la crisis hídrica de nuestro país.
Juan Pablo Espinosa
PRESIDENTE JV RÍO HUASCO